Por Guyler C Delva
Primero escuchémonos sobre un hecho difícilmente refutable: hoy tenemos un grave problema de patriotismo. Nunca perdemos una oportunidad para meter cada día más al país en el dañado de la inestabilidad, la pobreza, la corrupción, la desigualdad, la injusticia, la indignidad… El comportamiento de las llamadas élites por relación con el resto de la población, que se hunde en la miseria y la ignorancia, es una negación de humanidad imperdonable.
¿Cómo fingir amar a una patria, querer mancharla constantemente, deshonrarla? ¿Cómo querer mostrar su amor por Haití, contribuyendo diariamente a su empobrecimiento, a su deconstrucción histórica, a su destrucción? Nosotros, las élites haitianas, deberíamos avergonzarnos, pero lamentablemente no tenemos conciencia lo suficientemente agudizada como para darnos cuenta del daño, calamidades y desastres que seguimos infligiendo a la comunidad, dado que estamos obsesionados con nuestros intereses mezquinos Y nuestros apetitos voraces.
De hecho, si realmente amamos Haití nada nos impediría sentarnos en torno a una mesa-miembros del poder, de la oposición y de la sociedad civil-para llevarnos de acurdo, en un enfoque reflexivo, sobre las diferentes etapas que hay que dar para adoptar una nueva constitución, organizar buenas elecciones y poner al país en marcha el progreso socioeconómico y político. Si realmente amamos a nuestro país, nada nos impedirá llegar a un acuerdo sobre la necesidad de llevar a cabo profundas reformas para establecer una era de buena gobernanza, transparencia, rendición de cuentas, justicia; para combatir la impunidad, la corrupción…
¿Tenemos que creer que el creador ha concedido a otros pueblos y élites, incluyendo nuestros vecinos dominicanos, una facultad o una capacidad de discernimiento colectivo que habría omitido asignarnos? ¿Por qué los dominicanos pueden sentarse, hablar, llegar a un acuerdo sobre la imperativa necesidad de defender los intereses superiores de la República Dominicana, cuando nosotros, haitianos, cruzamos todas las líneas rojas que establecen las prohibiciones cuando se trata de preservar los intereses de esta nación? Siempre odio tener que recordar que el mayor mal de Haití somos nosotros haitianos.
A medir bien nuestro comportamiento, parece que actuamos bajo el efecto de un cóctel psicotrópico que ha colocado nuestra conciencia en estado de debilidad y disfunción permanente que genera en nuestra casa una fijación patológica sobre la ′′bondad′′ del mal que nos conviene individual o personalmente. Por fin estamos en una crisis psicosensorial colectiva donde las manifestaciones alucinatorias conscientes o inconscientes de todos se convierten en una realidad normativa y aceptada por todos.
Maldición! Nos avergonzamos de nosotros mismos! No nos duele estar avergonzados!
Es evidente que los haitianos deben esforzarse por entrar en un nuevo ciclo de funcionamiento político y socioeconómico. Y esto implica necesariamente la adopción de una nueva constitución y la celebración de elecciones libres, democráticas, inclusivas y creíbles, pero todo esto sería concebible si y solo si fuéramos patriotas y razonables. Espero que algún día nos convirtamos en eso!