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    ¿Por qué no surge ningún líder?

    Por Xavier Dalencour

      ¿Por qué no ha surgido ningún líder durante años mientras el país se hunde en crisis perpetuas? Me hago esta pregunta desde hace varios años, de hecho desde el primer “peyi lòk” en 2018. Tenemos en la escena política haitiana muchos “vociferadores”, líderes autoproclamados, pero nunca apodados, tenemos representantes que no representan en el mejor de los casos a su base de tafiadores, y rara vez a más. En esta multitud ruidosa, bulliciosa y dañina, no surge nada de valor aparte de falsos consensos y acuerdos entre amigos. Triste observación cuyo perdedor es la gente que es cada vez menos ciudadana, cada vez menos implicada en los asuntos públicos. A pesar de que la República de Haití proviene del Ejército Indígena, son los ciudadanos los que hacen el Estado y no el Estado el que hace los ciudadanos. El Estado es donde están sus ciudadanos, así que si no hay Estado…

              La República de Haití es heredera de la sociedad colonial de Saint-Domingue y, a pesar de una revolución y una guerra de independencia salvadora, nos transmitimos unos a otros los complejos y prejuicios de esta época que sólo la educación y el Estado de derecho pueden sanar lentamente. La libertad mental, que permite a quienes son capaces de adquirirla liberarse de estos complejos y prejuicios, es individual y puede convivir en una misma familia con los complejos más profundamente asimilados. La sociedad haitiana en su conjunto es discriminatoria, separa, divide, subdivide, sectoriza infinitamente, impidiendo la aparición de estructuras sociales representativas que favorecerían la agrupación de los individuos sobre bases distintas a una división social con sabor a colorismo. No existen sindicatos reales aparte de los sindicatos corporativistas; Casi ninguna gran empresa haitiana se ha liberado de sus fundadores o sus familias. Casi no existen torneos, clubes o asociaciones deportivas nacionales que reúnan a las personas en torno a una pasión o un interés común. Al final todos desconfían de todos, el intercambio humano ya no es libre sino que necesariamente debe traer consigo una ganancia. Ya no existe un colectivo, sólo un individuo. “Si no gano yo, todos pierden” parece ser la pauta.

            Este individualismo frenético, obsesionado con los micrófonos, aferrándose a los atributos del poder más que al poder mismo, ¿qué nos muestra sobre nosotros mismos? ¿No se dan cuenta estos políticos que hablan por hablar, para oírse hablar, de que ha llegado el momento de actuar? Para poder pensar en las personas, en los demás, debes poder descentrarte y para ello no debes estar en la inseguridad existencial. Este sentimiento de existir socialmente, de tener una función, una utilidad en la comunidad es fundamental y explica por qué determinadas administraciones funcionan lo mejor posible, por qué determinadas empresas siguen funcionando, etc. Este individualismo, unido a este sentimiento de inexistencia social y que exige constantemente tranquilidad, hace que nuestro personal político sólo exista a través y para la palabra difundida. No está en acción, ni en resolución de problemas. Es una palabra estéril. Estos personajes necesitan el reconocimiento externo que les otorga la internacional para justificar que monopolizan el discurso transmitido, lo que así legitima su condición de actores políticos y les permite existir socialmente en el país. ¡El hombre blanco los consultó! Almorzaron con el embajador, la delegación x o y los recibió. Viajaron a París, Washington o Jamaica. Han sido validados en el extranjero. Degradación en estado puro.

              ¿La relación con la sociedad colonial y la esclavitud? No todos los haitianos tienen asegurada su condición de ciudadanos, algunos tienen un certificado de nacimiento “campesino” y aunque en teoría se ha establecido legalmente la igualdad entre los dos tipos de certificados de nacimiento, nuestro historial en términos de discriminación, abuso y traición hacia nuestros hermanos y No es probable que las hermanas fortalezcan la confianza en la sociedad. La existencia de restavèk es otra manifestación de esto.

              Este desorden que sólo la educación y el Estado de derecho pueden curar nos está haciendo dar vueltas en círculos. De hecho, nuestro personal político debe justificar su existencia con el mayor ruido y audiencia posible, porque sus miembros no tienen ningún plan, ningún proyecto político, ninguna visión de nuestra sociedad fuera de las banalidades habituales. Penser l’État, penser la société c’est être capable de se dépasser, d’appréhender les gens dans leur quotidien, dans leur vie pour les accompagner comme citoyens bâtissant une nation et non comme parasites suçant l’État et le pays jusqu’ al final. Pensar el Estado significa pensar a las personas en su realidad y no como un ente abstracto, frío y estadístico.

              Entonces, ¿por qué en medio de tanta mediocridad no surge ningún líder? ¿Ni siquiera un tuerto en el reino de los ciegos? Podría decir que esta sociedad ha estado tan fragmentada, dividida, sectorizada que no existe nada en común entre nosotros los haitianos, pero eso no es del todo cierto. Podría decir que nuestro sueño final sería ya no ser haitianos, sino ser de origen haitiano, es decir de nacionalidad americana, canadiense o europea, pero de cultura haitiana. Pero no todo el mundo tiene estos sueños ni esta “suerte”. ¿Hemos renunciado a formar una nación? Después de más de treinta años de trabajo socavando la unidad y la identidad haitianas por parte de ciertos sectores, ¿hemos renunciado a construir una nación y hemos optado por un suicidio colectivo del que la internacional tomará nota tan pronto como haya encontrado la fórmula jurídica para gestionar nuestra territorio y nuestra población? Las naciones mueren, desaparecen, al contrario de lo que muchos creen, nada es eterno.

            ¿Por qué no surge el líder? ¿Por qué somos incapaces de hablarnos y discutir sin plantearnos exigencias exorbitantes que son la negación del concepto mismo de negociación? Pero al final del día, lo más importante es saber ¿por qué la vida humana no tiene valor en Haití? ¿Por qué el pueblo sólo está acostumbrado a tomar el poder? ¿Por qué la dignidad humana y la integridad física de las personas nos parecen secundarias frente a los compromisos políticos? ¿Valen más vuestros lugares, vuestras posiciones que nuestras vidas? Lamentablemente, la dignidad, el respeto, la honestidad y la integridad son conceptos obsoletos en Haití. En este caso sólo surgen depredadores, asesinos y criminales. A menos que decidamos convertirnos en una nación, a menos que un catalizador nos empuje, nos obligue a cuestionarnos y comencemos a hacernos las preguntas correctas. Quizás desde un cauce, desde una reacción externa tan absurda como ridícula, finalmente podamos volver a la única receta que siempre nos ha funcionado: “la unión hace la fuerza” y como la verdadera fuerza es la paz, día tras día Podremos construir nuestro país, nuestra nación, porque en definitiva no hay salvador para un pueblo que se cuida a sí mismo. Sólo su deseo colectivo de liberarse.

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