Por Juan TH
La proliferación de medios de comunicación después de la aparición de la Internet a finales de los años 60 y 80, en plena “Guerra Fría”, con objetivos militares en principio, es un fenómeno que posiblemente no se ha estudiado lo suficiente desde un punto de vista transformando de la estructura social del planeta dado el desarrollo exponencial de la ciencia y la tecnología.
El mundo de hoy es totalmente distinto al de hace apenas 50 años gracias al desarrollo de las telecomunicaciones, en unos casos para bien, en otros para mal. Como dice un autor famoso, hemos pasado “de las cavernas, a la inteligencia artificial”, de las tribus nómadas, a la conquistar el espacio, de hombres, a dioses”.
Se dice fácil, pero ha costado millones de años, que es mucho, pero mucho tiempo, tanto, que se pierde en la memoria de los humanos de estos tiempos.
Pero esa es otra historia. Fascinante, por cierto, pero de lo que deseo hablar hoy es de como esa proliferación de medios de comunicación, tras la aparición de la Internet, y con la Internet, la interconexión continental y mundial a través de las llamadas redes sociales (YouTube, WhatsApp, Instagram, Tik Tok, Facebook, X, antiguamente “Twitter”, entre otras, por cuyo control y dominio se disputan las grandes potencias, sobre todo China, que tiene sus propias plataformas digitales, y Estados Unidos)
En la República Dominicana las redes sociales se han convertido en un problema. Ahora todos los comunicadores, enganchados, y los no enganchados, profesionales que pasaron por las aulas universitarias, tienen una página digital (un periódico digital); otros, lo que llaman una “plataforma digital”. Todos quieren publicidad del gobierno, lo cual no es posible. (El presupuesto general de la nación no alcanzaría para complacerlos a todos) Me decía un amigo periodista que el gobierno solo invierte el 15% del gasto total de publicidad en los medios tradicionales, el resto, unos ocho mil millones de pesos, una fortuna, en las redes sociales, algo insólito.
Sucede que muchos “influencer” y manejadores de redes sociales, para obtener los recursos que necesitan para mantener sus medios, recurren al chantaje, la extorsión, mediante la difamación y la injuria. Nadie está a salvo. Todos los funcionarios públicos, incluyendo al presidente de la República, sufren difamación e injuria. Los difamadores están al asecho permanentemente. Estamos ante verdaderos “francotiradores del éxito ajeno”, como decía el maestro Yaqui Núñez del Risco. Sicarios, diría yo.
El presidente Luis Abinader y la mayoría de los funcionarios reciben andanadas de acusaciones, sin la presencia de prueba alguna que la sustente. Es hablar por hablar, denuncias vacías, fruto del odio, la maledicencia. La libertad de prensa es una cosa, la difamación y la injuria, es otra muy distinta. Nadie debe, amparado en la libertad de expresión y difusión del pensamiento, extorsionar y chantajear. Todos los ciudadanos, sin importar su posición política, económica y social, tiene derecho al honor y al buen nombre.
En efecto, la ley dice que Toda persona tiene derecho a la intimidad, al buen nombre, al honor. Se garantiza el respeto y la no injerencia en la vida privada, familiar, el domicilio y la correspondencia del individuo. Se reconoce el derecho al honor, al buen nombre y a la propia imagen, lo cual incluye al presidente de la República, a los funcionarios, empresarios, artistas, etc.
Pero hemos llegado a un punto en que nadie respeta a nadie, ignorando, como dice Alberto Cortez, que “somos los demás de los demás”.
No creo que el presidente Luís Abinader merezca muchas de las críticas que le hacen, ni las acusaciones que lesionan su moral. Abinader es el primero entre sus iguales. Merece respeto y consideración. Hablamos de un hombre, hasta donde sé, integro, con esposa, padres, hijas y amigos. Un comunicador serio y responsable, antes de hacer determinadas acusaciones o denuncias, tiene que documentarse, presentar las pruebas que avalen sus palabras.