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    La muerte no tiene la última palabra

    Por Jeannette Miller

    Nunca me referí a José Ernesto como «el gordo Oviedo».
    Para mí fue, desde que tengo memoria, José Ernesto Oviedo Landestoy, el hijo mayor de Bethania y Ernesto, con quien nos prohibían jugar a mis hermanas y a las Villalona, porque decía frases muy adelantadas para esa época, entre las que destacaba: «Cuidado, niñas que vengo lleno de maldad», aprendida de su primo, y luego tío político, Eddy Brea
    en esas noches de fiesta en que arrasaban con las quinceañeras que asistían a El Golfito, muchas de ellas esperando que uno de esos dos «gallos», enfundados en etiqueta tropical, las sacaran a bailar.
    Luego participó en la izquierda revolucionaria y fue testigo directo de importantes acontecimientos de nuestra historia.
    Ahora veo en perspectiva cómo el paso del tiempo lo hizo crecer como ser humano, permitiéndole conjugar su posición política con una formación que muchos ignoran y que abarcaba no solo ideología, sino literatura, cine, filosofía, música… sin que sus conocimientos lo llevaran a adoptar una posición de egreimiento.
    Amigo de «todos y todas», José Ernesto era conocido y querido por personas de distintos niveles y posiciones. La calidad de sus escritos está probada en los artículos que publicó en distintos diarios nacionales. Sinembargo, dejó inédito un importante libro que trataba el período post-Trujillo, con detalles sobre acontecimientos que todavía no se han dado a conocer.
    Amigo de Lula y de Víctor Victor, admirador de AMLO y de Luis Díaz,
    José siempre compartía una sonrisa que servía de telón de fondo a los chistes llenos de palabras «inconvenientes» que hacía.
    Hace poco me llamó por teléfono para decirme lo mucho que le había gustado mi novela Color de piel. Sus opiniones fueron tan acertadas que de nuevo quedé sorprendida ante una capacidad que se iba descubriendo poco a poco y que me ponía frente a un analista como pocos.
    No sé si nuestras coincidencias eran producto de una niñez compartida en San Juan Bosco, de la que todavía guardamos valores esenciales como la verdad, la bondad y una belleza que nace de las dos primeras.
    No voy a hablar de nuestras familias ni tampoco de las amistades en común. Solo quiero decir que hoy,
    José Ernesto Oviedo Landestoy queda en nuestra historia como un personaje clave para entender la evolución de un país después de una dictadura de 31 años, no solo por su participación y registro de hechos claves que importan a la posteridad, sino por la estatura de una humanidad que fue paulatinamente cambiando hasta llegar a la convicción de que los verdaderos ejes existenciales son la paz y el amor.
    Querido hermano, que la luz de Dios esté siempre contigo,
    pues sabemos muy bien que la muerte no es la última palabra.

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