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    Haití no puede respirar

    Haití, el país más vulnerable del continente americano, está azotado por fenómenos naturales, una pobreza generalizada, en fin, un país plagado de corrupción y totalmente desacreditado. Las últimas palabras de George Floyd se convirtieron en un grito de advertencia en las redes sociales haitianas: “Ayiti paka respira” (Haití no puede respirar).

    Por Cersine Villardouin*

    Juana Méndez, miércoles 15 de mayo de 2024.- El neoliberalismo y el autoritarismo han empeorado el empobrecimiento. Según el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que combina la esperanza de vida, el nivel de educación y el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita, Haití ocupa, en 2019, el puesto 169 entre 189 países; entre Sudán y Afganistán. Pierde otros diez lugares si ajustamos el IDH en función de las desigualdades. En realidad, el IDH actual de Haití es más bajo que el de 2007 (el más alto que el país haya conocido jamás), y esta disminución resume el deterioro de las condiciones de vida del pueblo haitiano.

    Desde los años 1970, de generación en generación, la población ha crecido y se ha empobrecido, los recursos naturales se han agotado, la economía está “descapitalizada”, como dicen en Haití. La combinación de shocks neoliberales y cristalizaciones autoritarias, bajo presión internacional, si no bajo mando, ha acelerado y agravado este empobrecimiento. Desde el derrocamiento de la dictadura en 1986 hasta el mantenimiento de la distancia del expresidente Jovenel Moïse, pasando por los trece años (2004-2017) de la misión de los cascos azules (Minustah), no ha habido un acontecimiento político importante. en Haití que no debería haber sido objeto de un acuerdo con las instituciones internacionales y las grandes potencias, en primer lugar, los Estados Unidos. Y esto continúa, en las últimas semanas, con el préstamo de 111 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional (FMI) y con el apoyo de la Organización de Estados Americanos (OEA), que actúa cada vez más como la simple caja de resonancia de Washington, para el calendario electoral propuesto por el presidente haitiano.

    Después del gran acuerdo entre CARICOM y la clase política haitiana sobre la crisis que sacudió al país recientemente. Fue aplicada una resolución donde conformaron un Consejo Presidencial de Transición (CPT) en pie con un acuerdo político rubricado entre los partidos.

    Un consejo presidencial de transición compuesto por 9 personas debe dirigir el país y conducirlo a elecciones según lo que anuncie.

    La población todavía sufre el problema de la inseguridad en las principales ciudades del país.

    ¡Esa clase política!

    Una clase política dividida entre sí y sin visión para cambiar el país.

    Una clase política criminal y sin conciencia humana, que hunde al país en la corrupción trabajando sólo para obtener poder para realizar demagogia dentro del país.

    Una clase política posterior a 1986 que gangsterizó al país para ganar elecciones en barrios de clase trabajadora en varias ciudades del país.

    ¿Qué país queremos hoy?

    Hoy debemos acabar con esta clase política que distorsiona la imagen del país.

    Después de las sanciones occidentales impuestas a la mayoría de los actores de la clase política y económica haitiana, deberíamos preguntarnos qué país queremos hoy.

    ¿Todos los debates que se llevan a cabo a nivel del CPT redundan en interés de la población haitiana?

    En todas las numerosas conversaciones, discusiones, debates o incluso a nivel del consejo presidencial de transición, ¿dónde se encuentra Haití?

    Los desafíos del CPT

    Mientras tanto, al consejo presidencial de transición le esperan muchos desafíos importantes, como:

    Inseguridad, economía, elecciones, división de la sociedad y crisis política.

    Desde su despliegue en Haití en 2004, la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) ha sido vinculada a varios delitos. Esta misión, aunque desplegada con objetivos loables, cometió errores que dañaron gravemente su eficacia y reputación. Al examinar los principales errores de la MINUSTAH, la Misión Multinacional de Apoyo a la Estabilización (MMSS) debe aprender lecciones para evitar repetir estos escollos.

    En ocasiones, la MINUSTAH se ha centrado desproporcionadamente en aspectos de seguridad en detrimento del desarrollo socioeconómico a largo plazo. El MMSS propuso que las organizaciones locales deben equilibrar efectivamente los aspectos de seguridad con iniciativas de desarrollo sostenible, invirtiendo a través de las agencias de desarrollo de las Naciones Unidas en Haití, en educación, salud, empleo e infraestructura para promover la estabilidad en este país más pobre del continente americano.

    Frente a la corrupción, la liberalización, la privatización: una ola de movilizaciones sin precedentes.

    Pero el deterioro de las condiciones de vida se ha acelerado desde 2011, con la llegada al poder de Joseph Martelly, luego de su heredero, Jovenel Moïse, en febrero de 2017. Con la inflación y la devaluación de gourde, el precio de la cesta de alimentos aumentó un 20 %. La corrupción endémica ha adquirido proporciones espectaculares, la liberalización –el famoso eslogan “Haití está abierto a los negocios”– ha aumentado, la privatización del servicio público se ha acelerado y la inseguridad se ha disparado. El panorama sería muy oscuro si no estuviera iluminado por la luz de una ola sin precedentes de movilizaciones a gran escala, que sacudió al país en 2020-2023.

    Plagado de corrupción y autoritarismo, el gobierno de Jovenel Moïse logró poner al país casi unánimemente en su contra. Al movimiento anticorrupción de la juventud urbana precaria, los Petrochallengers, impulsados ​​por las luchas feministas, se unieron la masa de trabajadores pobres y los restos de una clase media, a menudo intelectual, asustada por la decadencia del Estado. Por muy poderosa y original que fuera esta ola de protesta, chocó contra una doble roca inquebrantable: la oligarquía haitiana y Estados Unidos. Su interdependencia ha impedido hasta ahora cualquier alternativa.

    “Haití no puede respirar”

    El país no sólo pagará las consecuencias de décadas de políticas neoliberales, sino también su dependencia de Estados Unidos, duramente golpeado por la covid-19. Dependencia directa: un tercio de las importaciones haitianas y el 83% de las exportaciones provienen o tienen como destino este país. También dependencia indirecta: la principal fuente de ingresos de Haití reside en las transferencias de dinero de los haitianos en el exterior, la mayoría de los cuales se encuentran en Estados Unidos; representan el 30% del PIB. Y el impacto de la reducción de estas transferencias será tanto más negativo cuanto que se utilizan principalmente para satisfacer necesidades básicas.

    Las últimas palabras de George Floyd, asesinado por la policía en Mineápolis, “No puedo respirar”, retomadas por el movimiento Black Lives Matter, se convirtieron en un grito de advertencia en las redes sociales haitianas: “Ayiti paka respira” [Haití no puede respirar]. El país se está asfixiando bajo el peso de su oligarquía y de Estados Unidos. Y la impunidad que encubren: ningún procedimiento –menos aún sanción– sobre los casos de corrupción y masacres que se multiplican desde hace dos años.

    Los haitianos están cansados. No sólo tener que afrontar la crisis económica, la inseguridad y la corrupción, sino también la unión de la (in)razón del status quo y lo internacional, y esta política de inevitabilidad que desgrana su cadena de desastres. Más que la pandemia, se trata de deshacerse de la mirada colonial, las desigualdades y la dependencia, que hacen de cada peligro climático, cada enfermedad, cada fluctuación de los precios del mercado, una catástrofe en Haití. Y se requiere recuperar el aliento.

    *Periodista, director del periódico Exposión Info

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