Por Wilson Jean
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador, que enfrentó a Daniel Noboa, heredero de una de las familias más poderosas del país, y a Luisa González, candidata del progresista movimiento Revolución Ciudadana, no solo marcó una contienda electoral entre dos modelos de nación, sino también un punto crítico para la democracia ecuatoriana. Lo que debía ser una elección libre y transparente, terminó teñida por denuncias de fraude, irregularidades sistemáticas y una maquinaria institucional orientada a favorecer al candidato del poder económico.
En este contexto, el silencio de la derecha liberal —tanto en Ecuador como en gran parte de América Latina— se vuelve ensordecedor. El mismo bloque político que suele levantar la bandera de la “libertad” y la “democracia” cuando se trata de Venezuela, Bolivia o Nicaragua, guarda ahora un silencio estratégico ante el evidente deterioro democrático en Quito. Y ese doble rasero revela mucho más que una omisión: expone la hipocresía estructural de una élite que solo defiende la democracia cuando le es funcional a sus intereses de clase.
Durante la segunda vuelta, se registraron múltiples denuncias: inconsistencias en las actas, centros de votación cerrados anticipadamente, problemas con el sistema de conteo rápido, falta de observación internacional independiente y presiones a votantes en zonas rurales. La victoria de Noboa fue celebrada rápidamente por gobiernos y medios afines, sin esperar verificaciones ni auditorías completas del proceso.
La candidata Luisa González y diversos sectores sociales denunciaron el fraude electoral, así como el uso arbitrario del aparato judicial para debilitar a la oposición. Sin embargo, las instituciones nacionales y los voceros de la derecha internacional respondieron con silencio o desdén, demostrando que la “preocupación democrática” es, para muchos, una herramienta geopolítica, no un principio ético.
El contraste con Venezuela: la democracia como arma selectiva
Resulta inevitable comparar este escenario con el trato que han recibido los procesos electorales en Venezuela, donde cada elección en la que Nicolás Maduro ha resultado electo ha sido inmediatamente deslegitimada por los mismos sectores liberales que ahora callan ante lo ocurrido en Ecuador.
En Venezuela, incluso con participación de organismos internacionales, auditorías del sistema electoral y procesos supervisados, la narrativa de “dictadura” y “fraude” se activa automáticamente. Se impone una presión internacional, sanciones, bloqueos y declaraciones alarmistas desde Washington hasta Bogotá. Mientras tanto, cuando el fraude beneficia a gobiernos afines al capital, como el de Noboa, reina la indiferencia o la complicidad.
- ¿Por qué los sectores de derecha en América Latina denuncian el fraude solo cuando el resultado no les favorece?
- ¿Qué intereses se esconden detrás del silencio de los medios y gobiernos liberales ante las irregularidades en Ecuador?
- ¿Cómo se define la “democracia” en nuestros países? ¿Quién tiene el poder de validarla o deslegitimarla?
- ¿Por qué se acepta sin cuestionamientos un proceso electoral dudoso en Ecuador, mientras se condena abiertamente cualquier elección en Venezuela?
- ¿Qué rol debe jugar la ciudadanía y la sociedad civil ante estas inconsistencias y manipulaciones?
- ¿Es posible construir una democracia real sin romper con los privilegios de las élites económicas y mediáticas?
La lucha por la verdadera democracia
El caso ecuatoriano es otro episodio que demuestra cómo la democracia en América Latina sigue siendo rehén de intereses oligárquicos. La derecha liberal, lejos de ser un garante institucional, se convierte en un actor funcional al despojo, la represión y el silenciamiento de los pueblos cuando su poder se ve amenazado.
Hoy más que nunca, es urgente una respuesta continental, popular y articulada, que denuncie no solo los fraudes, sino también los fraudes del discurso. No se trata solo de quién gana o pierde una elección, sino de quién escribe las reglas, quién cuenta los votos y quién tiene el derecho de decidir cuándo una elección vale y cuándo no.
La democracia verdadera no puede construirse sobre la base del silencio cómplice ni del cálculo político. Ecuador merece transparencia, y América Latina merece coherencia.