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    El silencio de la muerte

    Por Oscar Quezada

    Cuando la muerte golpea con brutalidad, nos deja sin aliento. Pero cuando la tragedia se repite una y otra vez, la sociedad parece volverse inmune al dolor. En República Dominicana, cada día se apagan vidas en accidentes de tránsito, en riñas absurdas o suicidios que pudieron evitarse con una palabra a tiempo. Jóvenes se matan entre sí por asuntos de droga, como si la vida ajena valiera menos que un puñado de billetes. Muertes eludibles.

    Luto innecesario. Familias desmembradas. Y, sin embargo, la vida sigue impávida, como si el duelo de unos pocos no fuera suficiente para estremecer la conciencia colectiva. Cada persona muerta en estas circunstancias deja un eco de preguntas sin respuestas: ¿Por qué nadie hizo nada? ¿Por qué permitimos que el destino de tantos se decida por un descuido, una rabia momentánea, una crisis de salud mental desatendida? El dolor de los padres que entierran a sus hijos es una herida que no cicatriza. Es una condena a la que nadie debería ser sentenciado.

    Pero el mundo sigue girando, y la indiferencia de los vivos es el peor insulto a la memoria de los que se fueron. Es una indiferencia que se traduce en inacción, en falta de regulaciones, en sistemas de salud ineficientes, en una cultura que valora más la distracción que la introspección. Vivimos en una sociedad donde la prisa cotidiana impide detenerse a mirar el sufrimiento ajeno.

    Donde la tragedia es un simple titular de periódico; una estadística que se borra con la llegada de una nueva tragedia. Muchas de estas muertes pudieron evitarse con leyes más estrictas, con educación, con conciencia, con un poco de humanidad. No podemos seguir caminando entre los escombros de una sociedad que se desmorona sin hacer nada y se consume entre lamentos inútiles

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