Por Manuel de Jesús Báez
Las fronteras no son espacios de confrontación. Son espacios físicos de colaboración y de intercambio económicos y sociales.
Los países que han concebido las fronteras como muros físicos han fracasado en esa visión. En América existe uno de los muros (entre Estados Unidos y México) con la más sofisticada tecnología y con la mayor presencia militar y tecnocrática del mundo.
Esos límites físicos han servido para ir creando la tecnificación y especialización de los grupos humanos dedicados a vulnerar las fronteras para el contrabando y la migración forzada.
Los muros crean los especialistas en túneles, en contrabandos inter fronterizos. Los grupos inter fronterizos como redes internacionales que fomentan los intercambios de vicios, la penetración de redes y funcionarios públicos, medios de transportes especializados en evasiones de chequeos, creación de rutas, creación de grupos de apoyo, grupos de asalto y compra y contratación de equipos para la evasión.
Esos muros crean un monstruo mayor que el micro contrabando que se quiere controlar.
Además que sus gastos serían varias veces mayor al monto que se invierte hoy día y de ser gastos públicos se pasaría a ser un gasto controlado, planificado y manejado en beneficio de los grandes consorcios privados que alimentarán los suministros de equipos y tecnologías, además del comercio en venta de cementos, alambres, gravas, arenas y alquiler de equipos.
Esto, sin incluir los consorcios de vigilancia sofisticadas: drones, equipos de visión nocturna, aviones, helicópteros, pertrechos, equipos de visión a distancia y armas, entre otros.
La frontera dominico haitiana produce intercambios comerciales por encima de lo estimado y lo que necesita es una inversión en hoteles, procesadoras de frutas, industrias ligeras de producción de jugos, pastas, alimentos, servicios ligeros de venta de alimentos cocidos para el consumo diario.
Así acondicionan las fronteras para el intercambio comercial y el turismo, intercambios culturales y la convivencia pacífica entre los pueblos.
Las necesidades de esa frontera son de base económica estructurada. Si el estado dominicano hace un estudio y se conecta con los jesuitas se encontrará que en la frontera dominico haitiana los intercambios son el orden del día: los dominicanos compran en Haití ajo, cebolla, zanahoria, aguacate, verduras, arroz, ropas, calzados, rones, perfumes, entre otros. Y ellos compran huevos, pastas, víveres, cocos, cítricos, aceites, plásticos, entre otros. Haiti es un mercado abierto para el empresario criollo y probablemente su mejor mercado.
El muro es una torpe idea que nos retranca el desarrollo y limita el mercado del libre intercambio.
El muro está en la cabeza de los que no alcanzan a ver más allá de los límites de los 42 mil kilómetros y se ha cuadrado su visión.
La actitud discriminatoria no puede dejar de observar que la pobreza fronteriza tiene que cambiar de estatus. Tampoco se debe obviar que en los campos agrícolas fronterizos la falta de inversión ha provocado una migración forzada de la juventud dominicana hacia los centros urbanos, dejando la producción y labores agrícolas en manos del inmigrante. Y eso por la falta de alternativa y pobreza en sus comunidades.
Encerrar a los pueblos fronterizos en un muro es estrecharle más las limitaciones y los pocos espacios de intercambios en el que subsisten con el vecino Haití.
El gobierno debe entender que tiene que invertir en el desarrollo fronterizo, colocar una administración civil en los puestos de control, intercambio y tecnificarla y esa vieja estructura cívico militar viciada y que desnaturaliza y convierte la frontera en espacio de confrontación, enriquecimiento y contrabando, desmantelarla.
La visión de muro y militarización ha fracaso en el mundo.
¿Por qué nosotros tenemos que asumir una política en decadencia y que cuestiona la naturaleza humana y la tradición de los pueblos dominicano y haitiano?.