Por Darío Martínez Batlle
Empezaré dejando claro que no soy psicólogo ni psiquiatra ni profesional de la salud. Soy solo un hombre común, con trabajo, familia, problemas y alegrías bastante normales. Desde la ignorancia que me arropa, pido perdón por tocar un tema que no manejo, pero precisamente debido a mi ignorancia, creo que es importante escribir esta limonada.
Quiero hablar del suicidio, de la depresión y de las enfermedades mentales.
Hoy se observa el Día Mundial de la Salud Mental y llega en la misma semana en que Juan Francisco Núñez decidió terminar con su vida lanzándose al vacío y dejando un vídeo que me provocó más preguntas que las respuestas que (quizás) pretendía ofrecer. Su muerte puso sobre el tapete, una vez más, el incómodo y siempre postergado tema de las afecciones mentales. Y además, me ayudó a comprobar que así como yo soy un ignorante en temas de salud mental, muchas personas a mi alrededor también se sienten ignorantes.
Los números
Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor del 3.5% de la población mundial padece depresión en alguna de sus múltiples manifestaciones. Afecta mucho más a mujeres que a hombres y es más frecuente entre jóvenes y ancianos que entre adultos de mediana edad.
Sin embargo, la depresión es solo una de las ¡más de 200! enfermedades mentales identificadas (aunque la segunda más común, superada solo por el trastorno de ansiedad). Se estima que más del 10% de la población mundial padece algún tipo de condición mental identificada y en ocasiones un paciente puede presentar varias afecciones simultáneamente (por ejemplo, cerca de la mitad de los pacientes depresivos también son pacientes de ansiedad y viceversa).
Por supuesto, estos números solo presentan el lado estadístico de un problema mucho más complejo. Confío en que las cifras basten para estar de acuerdo en que la salud mental es un tema de alta importancia para cualquier persona, sociedad, país.
Lo que no sé
Dije antes que lo que me motiva a escribir esta limonada es mi ignorancia, y lo digo en serio. No sé identificar las señales que manifiestan las personas depresivas y que de alguna manera son involuntarios gritos pidiendo ayuda. No sé leer un mensaje o escuchar una nota de voz o mirar unos ojos y tener la perspicacia de poner un “bookmark” para quizás atar cabos que podrían ser salvadores. Ni siquiera tengo el tacto para abordar una persona depresiva sin temor de herirla y ahondar su condición. Simplemente, no sé cómo actuar, no sé cómo lidiar con este complejo asunto.
Las enfermedades físicas tienen “la ventaja” de que en la mayoría de los casos presentan síntomas visibles que con el tiempo uno ha aprendido a asimilar. Pero con las afecciones mentales la cosa es mucho más nebulosa, ya que muchas veces nada en el exterior revela que alguien vive un infierno por dentro.
Y encima de todo, queda el morbo y el bullying que conlleva ser etiquetado con un problema mental. Todavía ir a una consulta psicológica (y mucho peor, una psiquiátrica) es visto como ocasión de burla y escarnio, cuando a mí me parece que quien busca soluciones a sus padecimientos mentales lo que necesita es apoyo, aplauso y acompañamiento.
Con todas estas lagunas que tengo y que confieso francamente aquí, me pregunto ¿en qué he fallado para ser tan ignorante de estos temas? ¿Quizás es porque he tenido la suerte de no vivir de cerca con alguien paciente de alguna afección mental? ¿Quizás me ha faltado leer más, investigar a fondo, hacer preguntas? En este caso, la presente limonada es una invitación, una súplica a que se hable más de estos temas.
Según las nuevas autoridades, la salud de nuestra sociedad es una de sus prioridades más importantes. ¿Hay algún plan específico de parte de Salud Pública para ayudar más y mejor a pacientes de trastornos mentales? ¿Alguna normativa en preparación para facilitar que los pacientes asegurados en SeNaSa o las empresas privadas tengan cobertura psicológica y psiquiátrica? ¿Quién sabe si existe algún seguro médico privado que tenga cobertura de estos servicios profesionales y los medicamentos más comunes de tratamiento?
Que no sea en vano
La familia de Juan Francisco Núñez seguramente no quería que él muriera de esa manera. No puedo ni imaginar cómo se sienten ellos y sospecho que muchos ignoraban las mismas cosas que he confesado y hoy lamentan no haber sabido leer las señales, tener el tacto y poder ayudar desde la oportunidad. Intenta por un momento ponerte en los zapatos de la esposa o los hijos de este hombre. Que en vez de tú estar leyendo mis palabras estuvieras en una casa vacía de su voz sin comprender por qué una persona que “no tenía ningún problema y era un buen vecino” tomó esa fatídica decisión.
Desde mi ignorancia quiero sentir empatía. Quiero que se hable más de la salud mental, de depresión, de ansiedad. Aspiro a que estos temas sean tomados con la seriedad que sus víctimas requieren, Que desde el Estado y desde el sector privado se eduque a la población. Que se provea orientación a los atribulados de las enfermedades mentales, pero (quizás más aún) orientación y guía a los familiares que, como yo, viven en ignorancia de estos temas.
Yo le tengo miedo a la depresión. Es una afección que carcome en silencio y por dentro, y que rara vez el que la padece sabe identificarla o pedir la ayuda que amerita (y muchas más raras veces, si pide ayuda la recibe sin cuestionamientos morbosos o indelicados). Ocupémonos en este día, y en este tiempo tan agreste que nos ha tocado vivir con la pandemia, a aprender, a conocer, a empatizar con las personas.