Por Carlos Diloné
Barahona.- Hoy, cuando la tristeza nubla la razón y un manto de dolor se extiende sobre la familia Batista Matos, nos toca despedir a nuestro querido y estimado primo Eliazer Batista Matos, quien ha emprendido su viaje hacia la eternidad, dejando tras de sí una huella imposible de borrar.
Desde niño mostró una vocación natural por el servicio, la justicia y la conciliación. Fue el tercer hijo del matrimonio formado por don Tomás Batista (Mu) y doña María Engracia Matos (Blanca), y desde su juventud se distinguió por su carácter noble, su palabra conciliadora y su entrega constante a los demás.
Su vida, rica en ejemplos, podría llenar cientos de libros; y su honestidad, siempre a toda prueba, merecería ocupar los anaqueles de cualquier gran biblioteca nacional. Su determinación por alcanzar el bienestar colectivo lo llevó a encabezar luchas decisivas dentro del movimiento sindical dominicano. Fue secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Corporación Dominicana de Electricidad (SITRACODE), y, sin conformarse con su dominio técnico como electricista, en la década de 1990 se graduó de licenciado en Economía, convencido de que el conocimiento es también una forma de servir.

Amante de su familia y de su pueblo, Elías, como cariñosamente le llamábamos, fue siempre un conciliador en los conflictos sociales, un amigo fiel y un guía fraternal. En los encuentros familiares era el primero en llamar, en organizar, en procurar la unidad. Por Canoa, su lar nativo, luchaba con el mismo fervor de quien nunca se ha marchado.
Hoy, cuando su lámpara se apaga y su espíritu emprende camino sereno hacia el encuentro con el Creador, pedimos a Dios que mantenga su luz encendida para el viaje eterno.
Sabemos que en la tumba concluyen las esperanzas, se desvanecen los deseos, se hielan los amores y se disuelven las ilusiones. Pero dichoso aquel que, con ánimo sereno, se acerca lentamente hacia ella y bendice la mano que le conduce al descanso.
Tú que fuiste dada al hombre desde la cuna para servirle de guía en la vida y hacerle menos intransitable el sendero de la muerte, sé ahora el amparo que nos sostiene. Por ti aprendemos a abandonar esta tierra —nuestro elemento— casi resignados, para visitar los mundos luminosos de la inmortalidad.
Por ti, la desesperación se vuelve esperanza, y el llanto se convierte en oración. En la impotencia de la pérdida, encontramos el recurso bendito de la fe, tesoro inmenso de quienes lloran.
Descansa en paz, primo Elías.
Tu memoria será faro y ejemplo, y tu nombre seguirá encendido en cada reunión familiar, en cada historia contada, en cada gesto de bondad que nos recuerde tu paso por la vida.






