Por Suny Florentino
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD), tras ser una de las fuerzas políticas dominantes en la República Dominicana por casi dos décadas, sufrió una derrota significativa en las elecciones de 2020. Esta caída fue producto de múltiples factores, siendo el más crucial el conflicto interno generado por la imposición de la candidatura de Gonzalo Castillo, un leal al entonces presidente Danilo Medina, en lugar de permitir una contienda abierta y democrática dentro del partido. Este hecho exacerbó la ruptura entre las dos principales facciones del partido, la de Medina y la de Leonel Fernández, líder histórico y exmandatario del país. La salida de Fernández del PLD, tras el proceso de primarias donde denunció fraude, supuso un golpe mortal para la cohesión del partido y un detrimento considerable de su base electoral, con la formación de un nuevo partido, la Fuerza del Pueblo, que se llevó una parte importante del voto tradicional peledeísta.
La imposición de Gonzalo Castillo fue vista por muchos como una maniobra autoritaria dentro de la estructura partidaria, donde Danilo Medina ejercía un control centralizado. Esta estrategia, aunque calculada para mantener el control del PLD en el poder, resultó contraproducente, alienando tanto a sectores internos como a votantes independientes. Castillo, a pesar de su cercanía con Medina, carecía del carisma y la trayectoria política suficiente para enfrentar a un candidato experimentado como Luis Abinader, quien lideraba un PRM renovado. Abinader, con una imagen fresca y un discurso centrado en el cambio, capitalizó el desgaste del PLD, que tras años en el poder, arrastraba una percepción creciente de corrupción y falta de transparencia.
Para las elecciones de 2024, el escenario fue distinto, pero las consecuencias del desgaste continuaron.
El PLD se presentó con un nuevo liderazgo, pero enfrentó el desafío de lidiar con una serie de expedientes de corrupción que involucraban a figuras prominentes de la administración de Medina. La Operación Anti-Pulpo y otros casos judiciales pusieron en el centro del debate público los excesos cometidos durante los años de gobierno del PLD, lo que generó una desconfianza generalizada en la población hacia ese partido. La imagen de un PLD corrupto y desconectado de las preocupaciones ciudadanas se consolidó, debilitando sus posibilidades de competir de manera efectiva.
Otro factor relevante en la derrota de 2024 fue la incapacidad del PLD para renovar su liderazgo de manera auténtica. Aunque intentaron proyectar una imagen de cambio, los mismos rostros y figuras que habían dominado el partido durante años seguían al frente. Esto provocó una falta de entusiasmo entre el electorado joven y entre aquellos que habían apoyado al partido en elecciones pasadas, pero que ahora demandaban nuevas propuestas y líderes con una visión más moderna y menos asociada a la corrupción.
El PRM, en cambio, aprovechó el vacío dejado por el PLD y continuó fortaleciéndose, presentándose como una opción más honesta y comprometida con la transparencia y el cambio institucional. Los avances logrados por el gobierno de Abinader, especialmente en áreas clave como la salud pública y la reactivación económica post-pandemia, le dieron al oficialismo una ventaja sustancial.
La combinación de una administración eficiente y el desgaste histórico del PLD terminó sellando la victoria del PRM en 2024.
Finalmente, es importante destacar que, además de los casos de corrupción, el PLD no logró articular una narrativa convincente de cara al futuro.
Las propuestas de políticas públicas carecieron de innovación y no conectaron con las demandas de un electorado cada vez más preocupado por temas como la seguridad, la tecnología, la migración ilegal, la educacion y el cambio climático.
El PLD, en este sentido, no supo adaptarse a los nuevos tiempos, quedando atrapado en las dinámicas del pasado y sin una visión clara de progreso.
La gran interrogante es: ¿como construir el triunfo del 2028?
