Santo Domingo.- Cuentan que una tarde, en Nueva York, el artista dominicano Luisito Martí entró a una tienda de zapatos en el Alto Manhattan. Escogió dos pares cómodos y fue a pagarlos. Pero la cajera lo detuvo con una sonrisa:
—No tiene que pagar, señor Martí. Son un regalo del dueño.
Sorprendido, Luisito pidió conocer al propietario. Al poco tiempo apareció un hombre emocionado, también dominicano. Se abrazaron, y Luisito, intrigado, preguntó:
—¿Por qué este regalo tan generoso?
El hombre respiró hondo antes de responder:
—Cuando yo tenía doce años, usted fue con Johnny Ventura a tocar una fiesta en mi barrio, en Santiago. Yo era pobre, no podía pagar la entrada, así que me colé trepando una pared. Me atraparon los guardias y me llevaron ante usted. Les dije que era su sobrino… para que no me echaran. Y usted, sin dudar, me abrazó y dijo: “¡Claro que es mi sobrino! Siéntelo en una mesa y que le den de comer.”
Ese día, maestro, usted me regaló algo más valioso que unos zapatos: me enseñó lo que es la humildad.
Luisito sonrió con los ojos húmedos. No dijo nada más. No hacía falta.
Porque hay gestos que cambian vidas.
Y hay artistas que, sin saberlo, dejan huellas más profundas que su propia música.
“La humildad no depende de cuánto tienes, sino de cuánto compartes sin esperar nada a cambio.”


