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    La iglesia evangélica se ha vendido, cambió la cruz por contratos

    Por Rubén Teodoro

    La iglesia evangélica en República Dominicana ha muerto. O peor aún: se ha vendido. Se arrodilló ante el poder, cambió la cruz por contratos, los púlpitos por cheques, y al Dios de justicia por el dios de la conveniencia. Hoy, mientras personas negras son perseguidas, deportadas, humilladas y dejadas morir, las iglesias callan. Y su silencio es criminal.

    En todo el país, mujeres embarazadas haitianas y dominicanas de ascendencia haitiana están muriendo en sus casas porque temen ir al hospital y ser deportadas. Envejecientes y niños son arrancados de sus camas a la madrugada por operativos migratorios. Gente enferma, que necesita tratamiento urgente, es cazada como animales. Viven escondidos, perseguidos, condenados a la angustia. ¿Y la iglesia? Callada. Cómplice. Vendida.
    Y lo más indignante, lo más obsceno, lo más doloroso: muchas de esas personas perseguidas, violentadas, deportadas, son miembros activos de esas mismas iglesias.

    No son extraños. No son visitantes ocasionales.
    Son hermanos y hermanas en la fe.
    Son personas que cantan en el coro.
    Que sirven en la puerta.
    Que participan en ayunos y vigilias.
    Que diezman, ofrendan, pagan primicias, sostienen económicamente esos templos.
    ¿Y qué reciben a cambio?
    Silencio.
    Traición.
    Desprecio.
    Hipocresía envuelta en corbata y versículo.
    Sus pastores no los defienden.
    Sus concilios no los mencionan.
    Sus líderes espirituales no se atreven ni a nombrarlos, porque les tiembla la voz si eso pone en juego el favor del gobierno.

    𝗘𝘀𝘁𝗮 𝗻𝗼 𝗲𝘀 𝗹𝗮 𝗶𝗴𝗹𝗲𝘀𝗶𝗮 𝗱𝗲 𝗝𝗲𝘀𝘂́𝘀. 𝗘𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝗳𝗮𝗿𝘀𝗮 𝗿𝗲𝗹𝗶𝗴𝗶𝗼𝘀𝗮.

    Jesús fue un migrante. Fue perseguido por el poder. Nació en un pesebre, huyó como extranjero, vivió entre los pobres. Y hoy, cuando sus hermanos y hermanas son criminalizados solo por tener piel negra o acento extranjero, los que dicen seguirlo miran para otro lado.

    La Biblia es clara: “Al inmigrante que viva entre ustedes, lo tratarás como a uno de ustedes.” (Levítico 19:34)

    “Tuve hambre y no me diste de comer, fui extranjero y no me acogiste.” (Mateo 25:43)

    ¿Con qué cara predican ese evangelio si hoy no solo no acogen al extranjero, sino que aplauden su persecución?

    Los grandes concilios y muchas iglesias evangélicas han hecho pacto con el diablo del poder. Reciben fondos, favores, reconocimiento. Por eso no abren la boca. Por eso no levantan la voz. Por eso no denuncian que el Estado dominicano está cometiendo crímenes de odio contra haitianos y personas negras. Se han convertido en aliados funcionales del fascismo criollo. En vez de ser refugio del oprimido, son parte del verdugo.

    Ya no son iglesia:
    Son empresa.
    Son negocio.
    Son religión vacía.
    Sepulcros blanqueados.
    Buitres con Biblia en mano.
    La iglesia que calla ante la violencia, avala la violencia.
    La iglesia que guarda silencio ante la injusticia, es parte de la injusticia.
    Y la iglesia que ignora el sufrimiento de las personas negras, será juzgada por el Dios que dice amar.

    No hay neutralidad posible. No hay excusa doctrinal. No hay argumento teológico que justifique la cobardía.

    Hoy, el Jesús que ustedes dicen adorar
    está siendo deportado, perseguido, abandonado, traicionado… por ustedes mismos.
    Y ustedes se atreven a llamarse iglesia protestante.

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