Santo Domingo.- En Puerto Príncipe, la proliferación de territorios perdidos —esas zonas sin ley ahora bajo control armado— ha dado lugar a una nueva forma de desplazamiento interno, dramática e invisible, observó el periódico haitiano Rezo Nòdwès en su nota editorial.
Huyendo de la inseguridad “planificada”, fruto de una violencia sistémica tolerada, incluso orquestada, por la inacción pública, familias enteras se refugian ahora en los tejados de las pocas casas que aún quedan en pie, refirió el diario.
Construidas de hormigón y habiendo resistido hasta ahora el asalto de los grupos armados conocidos como Viv Ansanm (Vivir Juntos), estas casas se han convertido en refugios improvisados, en lo alto, por encima del caos.
A falta de acceso seguro a los pocos campamentos oficiales para desplazados (que están superpoblados, son precarios y a veces están infiltrados), muchas familias buscan la hospitalidad de parientes o amigos.
Se instalaron en las losas superiores de las casas, armaron tiendas de campaña improvisadas, improvisaron una habitación donde sólo había un techo.
Este realojamiento informal, marginal y elevado da testimonio de una nueva precariedad, enraizada en una tragedia que el poder político pretende ignorar. Él solo encarna el naufragio de un Estado que parece haberse resignado a la indiferencia.
En este contexto, la organización de una visita del primer ministro de facto, Alix Didier Fils-Aimé, a un campamento de desplazados cuidadosamente seleccionado no fue más que un gesto superficial, percibido por muchos observadores como una operación de comunicación sin impacto real.
Esta indignación se reaviva aún más porque el órgano que lo nombró, el Consejo Presidencial de Transición (CPT), un año después de su instalación, no ha reconquistado ninguno de los territorios que habían quedado bajo control de grupos terroristas armados, ni ha restablecido la libre circulación en las principales carreteras del país.
La solidaridad de la que habla ostentosamente el Primer Ministro contrasta flagrantemente con el profundo abandono que siente una población abandonada a su suerte.
La situación se torna aún más alarmante pues la promiscuidad impuesta en los tejados de las viviendas se convierte también en un factor de extrema vulnerabilidad.
Familias enteras
Familias enteras, refugiadas en tiendas de campaña improvisadas sobre las losas de hormigón de las casas, sobreviven sin acceso a servicios básicos y están expuestas a la amenaza constante de nuevos abusos.
El tejido social se desmorona día a día a medida que los marcadores comunitarios se erosionan y el Estado queda atrapado en una posición de observación impotente.
La capital, ahora fragmentada, se convierte en un teatro de exilio interno, donde los ciudadanos se elevan a terrenos más altos para huir de una tierra que se ha vuelto intransitable.
Este fenómeno debería alertar urgentemente a las autoridades haitianas sobre la verdadera magnitud de la actual crisis humanitaria.
Seguir trivializando el vagabundeo de miles de familias desplazadas equivale a institucionalizar el olvido y reforzar la ilegalidad.
Los líderes no pueden ignorar esta realidad por mucho tiempo sin traicionar su mandato.
Detrás de cada tienda erigida sobre una losa de hormigón se esconde una historia de huida, de miedo, pero también de resiliencia, en una capital que se derrumba lentamente bajo el peso combinado de la inacción, la corrupción y la impunidad.