Por Emiliano Reyes Espejo
La incertidumbre fruto de las guerras y la pandemia, así como la inestabilidad económica, política y social que abaten al mundo se reflejan, quiérase o no, en el día a día del pueblo dominicano que sufre, sin proponérselo, las consecuencias de estas invectivas globales.
La situación tiene el acicate del actual proceso electoral. Por un lado, los oficialistas que aspiran a mantenerse en el poder venden sueños y esperanzas a la población-como es ostensible en el marco de una recia confrontación electoral como es la actual-, mientras que la oposición -activa en sus afanes dirigidos a asumir las riendas de la nación a partir del próximo año 2024-, se encarga de sembrar desconfianza, desesperanza, tragedia y fatalidad.
La lucha está centrada entre el bien y el mal. ¿Quién vende más desaliento y quién bonhomía? He ahí la cuestión. Gajes de la democracia. Se trata de un proceso en desarrollo en la lucha definitiva para lograr el poder ¿para qué?
Tenemos, por ejemplo, una oposición que se ufana hasta de los daños que nos infringe la madre naturaleza y que afectan mayormente a sectores marginados. Eso no es nada nuevo, esos mismos argumentos fueron esgrimidos estando en la oposición por los actuales regentes del poder. Aquí todo el mundo sabe que los sectores sumergidos en la marginalidad son las consecuencias de malas prácticas políticas económicas, sociales, demográficas y hasta migratorias e inmigratorias aplicadas durante años por anteriores administraciones del Estado y que las actuales no han podido superar –por diversas y ostensibles razones-.
Han faltado políticas dirigidas a enfrentar de raíz los males que afectan a los arrinconados en las pobrezas. Todo el que sube a la poltrona concibe, elabora y aplica políticas dirigidas a nutrir más a los grandes capitales sin exigirles –por ley o por aplicación de la fuerza-un mayor sacrificio social de frente a sus exuberantes ganancias. Para la marginalidad se conciben “curitas” o los llamados programas sociales, en los cuales se diseñan ayudas que no van al meollo, a la matriz, a la raíz de la sempiterna indigencia.
Durante las campañas electorales se produce -y hasta sobran- lluvias de promesas para solventar estos males. Nos ha llamado poderosamente la atención el que la oposición esté embarcada en denuncias descalificadoras de las realizaciones del actual gobierno. ¿Y las promesas hechas por ellos que fueron incumplidas a los pobres?
Lo mismo ocurrió con los actuales gobernantes. Se aliaron a la sociedad civil y descalabraron a los gobernantes de turnos, los cuales entonces rebosaban arrogancias, petulancias y prepotencias. No pensaron nunca que descendería del poder y que el sólido apoyo popular que disfrutaron no sería para siempre. ¿Ocurre lo mismo con los actuales gobernantes? En ciertas áreas de la administración pública parece producirse este desparpajo. ¿No han aprendido la lección?
Dimes y diretes
Hay en el área política un ambiente de “dimes y diretes”. Obvio que esto ocurre en estas sacrosantas democracias. Los partidos no se enfocan a profundidad en los temas a, se quedan en las superficies. No hay hasta el día de hoy sustanciosas propuestas que uno crea o den confianza de que van a ayudar a elevar la esperanza de la población. Cada quien se encarga de sacar lo peor del otro. Han salido a relucir los yerros y maldades de los que gobernaron, pero éstos a su vez, sin intentar siquiera hacer “un mea culpa” de los errores de sus mandatos, atribuyen las peores maledicencias que uno se pueda imaginar a los que tienen ahora las riendas del Estado.
Y las preguntas son ¿estas situaciones no van a cambiar? ¿Cuándo va a llegar el momento de redención del sector más empobrecido del pueblo dominicano?
Hay que ser justo. Debemos señalar que la actual gestión apenas ha podido gobernar con serenidad, porque es sabido que desde sus inicios ha lidiado “de crisis en crisis”. Se habla incluso de tres años perdidos para un mandato que se comprometió a realizar grandes transformaciones y de mucho impacto, en las cuales la población creyó, puso fe y esperanza en que ahora sí esas promesas se harían realidad.
Al no cumplirse estos ofrecimientos (de unas y otras gestiones) corremos el riesgo de que, en el transcurrir del tiempo, la población sufra una frustración colectiva. Y la gente pierda el horizonte, termine creyendo en que “ná e ná” y ponga la proa hacia senderos de mares procelosos e inciertos.
Veámonos en la realidad de Argentina. La otrora portentosa nación sudamericana –la Europa de América Latina- ha sido conducida por caminos inseguros de parte de intereses de capitales económicos, financieros y políticos, tras sucesivos fracasos de gobiernos peronistas, socialdemócratas, liberales, además de la perceptible incidencia y dominio de poderes extranjeros.
Afilemos los sentidos para no tener que replicar la frase del cantor: “No llore por mí Argentina…”. En nuestro caso tendríamos que parodiar esta archiconocida canción: “No llore por mí República Dominicana, tu gente está contigo, su vida entera…”.Dios nos guarde.
La confianza
En un enjundioso libro editado por: Philip Keefer Carlos Scartascini sobre “Desarrollo en las Américas” publicado recientemente por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) con el título: “Confianza. La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe”, este organismo regional hizo hincapié en que los diferentes entes políticos, empresariales, económicos y sociales trabajen en la necesidad de crear un mayor ambiente de confianza entre los pueblos de la región.
“La región puede explotar los beneficios de sus mercados de norte a sur, y su localización estratégica en la confluencia entre el este y el oeste”, afirma el BID en el prefacio escrito por Mauricio Claver-Carone, presidente del organismo regional, quien dijo que el mismo está preparado para afrontar el desafío del desarrollo en la región siguiendo las prioridades definidas en la Visión 2025 y las recomendaciones plasmadas en este libro.
“Una mayor confianza será un motor del crecimiento, e impulsará a la región hacia la prosperidad a medida que vaya dejando atrás la pandemia”, enfatizó Claver-Carone.
“En pocas palabras, -agregó el presidente del BID- en todo el mundo la confianza puede convertirse en una receta para luchar contra el malestar político y económico”. Planteó, asimismo, la necesidad de “aumentar los niveles de confianza” en la región hasta equipararse a los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) para lo cual tendrá la ayuda financiera y técnica de ese organismo.
Claver-Carone reconoce que “las personas mal informadas y no empoderadas tienen más probabilidades de creer que otras personas, las empresas o el gobierno se aprovecharán de ellas”. Sostiene que para convencerlos de lo contrario se requiere un doble enfoque. “Por una parte, se trata de informar y empoderar. Por otra, de aumentar la confiabilidad, por ejemplo, mejorando la capacidad del sector público para cumplir las promesas hechas a los ciudadanos”.
La confianza es fundamental para el logro de los objetivos de la región. “La confianza es la creencia de que las otras personas no actuarán de manera oportunista. Implica fe en los demás: en su honestidad, confiabilidad y buena voluntad. Las personas confiables hacen promesas que pueden cumplir y las cumplen, y respetan las normas sociales”, refiere el ejecutivo del BID. “Sin confianza, -subraya-las personas viven atemorizadas, no viven en libertad. Se centran en las oportunidades de hoy en lugar de innovar para ampliar las oportunidades del mañana”.
En tono optimista Claver-Carone afirma que América Latina y el Caribe “cuenta con oportunidades para aumentar la confianza”. Advierte, sin embargo, que: “Según datos de la Encuesta Integrada de Valores, la confianza interpersonal es más baja en la región que en el resto del mundo”. “Actualmente, -apunta-solo una de cada diez personas de la región considera que se puede confiar en los demás (en comparación con una de cada cinco personas hace solo cuatro décadas)”.
“La confianza en el gobierno también es más baja que en otros lugares”, refiere Claver-Carone. Agrega que: “Menos de una de cada tres personas confía en su gobierno, y los números son incluso inferiores cuando se trata de instituciones como el Congreso y los partidos políticos. Muchos son conscientes de la creciente falta de confianza entre los ciudadanos y sus gobiernos, y a la recíproca”.
Se afianza falta de confianza
En el caso nuestro podemos afirmar que la falta de confianza se ha afianzado debido a los incumplimientos por parte de los gobiernos, los partidos, los congresos, la justicia y hasta por los empresarios que no encubren su ansia en lograr grandes beneficios en las transacciones de todo tipo que realizan con los gobiernos, mientras eluden mediante subterfugios los compromisos fiscales. En ese sentido, sugerimos a los partidos políticos y organizaciones electorales a tomar medidas específicas que contribuyan a afianzar la confianza por parte de la población, como serían plantear programas de gobierno factibles, y además:
-1) Escoger soluciones comunes para problemas prioritarios de la población. Que los partidos acuerden que los problemas más acuciantes estén contenidos en los respectivos programas de gobierno de los distintos candidatos. De esa manera, gane quien gane está en la obligación de resolver dicho problema con el apoyo irrenunciable del que pierda la contienda electoral. Por ejemplo, si la prioridad es construir una presa para suplir de agua potable a la ciudad capital, cada partido político coloque entre sus propuestas dicha presa y se comprometa desde la oposición, si no gana las elecciones, a garantizar que esa iniciativa se haga realidad.
2) Que cada promesa-propuesta de los programas de gobierno de cada partido político consigne el costo de la obra prometida y detalle la fuente de su financiamiento. En tal sentido, los partidos no deberán ofrecer “proyectos quimeras” en su propaganda electoral, o sea, no deben proponer iniciativas irrealizables que no tengan bien identificado el dinero para su realización.
Edifiquemos entre todos el rascacielos de la confianza en el marco de este torneo electoral.