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    Carolina Santana: la otra cara de la juventud

    Por Juan TH 

    Hace unos días  vi a Carolina Santana Sabaggh hacer un comentario sobre la masacre del 9 de febrero de 1966 durante el gobierno provincial  de Héctor García Godoy, frente al Palacio Nacional, durante una manifestación estudiantil reclamando la salida de las tropas norteamericanas, el cese de la represión, autonomía universitaria y mayor presupuesto, entre otras demandas populares, donde fueron asesinados vilmente cuatro estudiantes y algunos heridos, la mayoría menores de edad, recibiendo como respuesta el acribillamiento a mansalva de los jóvenes estudiantes, resultando varios muertos y decenas de heridos, entre ellos la joven Amelia Ricart Calventi, de apenas 14 años de edad, quien fue trasladada a Estados Unidos para ser operada, pero falleció un mes después.

    Quedé impactado por la manera en que lo hizo, dramáticamente doloroso, a tal punto, que no pude evitar que dos lágrimas, de esas que piensan y duelen hasta la rabia, brotaran de mis ojos, que nunca lloran.

    Hija de Roberto José Santana Sánchez y Yumaila Sabbagh Khoury, vi nacer, crecer y convertirse en mujer, a hermosa desde niña, Carolina. He sido desde que aprendió a balbucear algunas frases, el “Tío Buen”, porque su hermana más pequeña, Marcel, no sabía pronunciar mi nombre.

    Carolina es una joven mujer estudiosa, graduada de abogada en el país, con maestría en Sevilla, España, en Harvard, Estados Unidos, después de haber ganado la prestigiosa beca Fullbright. Actualmente se desempeña como catedrática universitaria, consultora y comunicadora. La gran Carola, como le dice Roberto, su padre, es un ejemplo permanente de superación, profesional y social, ejerciendo una militancia social cada vez más arraigada y critica. La comunicación se ha convertido en una de sus pasiones.

    Verla hablar sobre la tragedia del 9 de febrero de 1966 me llenó de orgullo, no sólo por los lazos de amistad y familiaridad históricos que me unen a Roberto y Yumaila, sino por los niveles de conocimientos y de conciencia social que ha adquirido en tan pocos años.

    Tal vez debo decir, con toda propiedad, que lo de Carolina no es casual, ni fortuito, porque su padre, Roberto, ha sido un revolucionario toda su vida, con una larga historia como dirigente político, profesor de larga trayectoria, decano de la facultad de Ciencias Políticas y Jurídicas, ex rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, su aula magna, etc., etc., al igual que algunos de sus tíos paternos, que también han sido luchadores de izquierda, al lado siempre de los mejores intereses del país. Quiere decir que a la “gran Carola” la sensibilidad social le brota por todas partes.

    Carolina es un ejemplo, un paradigma de la juventud que deseamos y necesitamos. Precisamos de gente joven que asuma los compromisos políticos y sociales del país, jóvenes comprometidos, militantes, valientes luchadores y defensores de las mejores causas, porque como dijo en su reseña de los actos criminales del 9 de febrero, el sacrificio de los estudiantes que dieron sus vidas o quedaron para siempre mutilados por las balas asesinas del régimen oprobioso de la época, ha servido para que hoy podamos disfrutar de una democracia, imperfecta todavía, pero que nos permite decir lo que pensamos sin correr el riesgo de morir asesinados por la brutalidad policial, como en el pasado.

    Carolina representa la juventud que demanda el país, la que trabaja y lucha por ella misma y por su pueblo, alejada de la bullanguería, de los vicios, del alcohol desenfrenado, del exhibicionismo sexual en las redes sociales, de la prostitución, del embrutecimiento y la enajenación cultural.

    Conozco a muchos otros jóvenes, hembras y varones, con similar actitud frente al país y frente a su generación, trabajadores y estudiosos, respetuosos de sus padres, abuelos, profesores y tutores. Podría citar a muchos hijos de mis amigos y relacionados, que son ejemplos, que andan por esos mismos caminos. Forman parte de la juventud necesaria en estos tiempos de mal gusto y vulgaridad, de envilecimiento y podredumbre. Es la juventud necesaria, la que debemos educar, formar y proteger.

    Se que el gobierno hace esfuerzos por aumentar los niveles de educación fomentando nuevos centros educativos a todos los niveles, centros regionales universitarios, centros de capacitación como Instituto de Formación Técnico Profesional y el Instituto Tecnológico de las Américas, entre otros. Pero falta más, mucho más… hay que trabajar con los padres, con los maestros, con los medios a los que habrá que ponerle algunos controles, porque entre democracia y vandalismo hay una diferencia abismal.

    A propósito del valiente comentario de Carolina sobre el salvaje acto de violencia del 9 de febrero de 1966, me gustaría terminar esta nota con el poema de Mateo Morrison dedicado a la memoria de la adolescente asesinada Altagracia Amelia Ricart Calventi.

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