Por Ephraim Alburquerque
Este próximo sábado, la comunidad de Verón, Punta Cana, se levantará en una marcha pacífica para expresar su oposición a la construcción de una mezquita en la zona.
Algunos intentarán presentar este acto ciudadano como intolerancia religiosa, pero no se trata de odio ni de prejuicio.
Se trata de seguridad, de justicia y de defensa de los valores que sostienen la vida, la libertad y la paz.
La Constitución de la República Dominicana garantiza la libertad de culto, y eso es un derecho sagrado.
Pero esa libertad no puede convertirse en un refugio para ideologías o prácticas que violen los derechos fundamentales de las personas, que nieguen la igualdad humana o que castiguen al que no cree igual.
La libertad de culto no protege lo que destruye la libertad misma.
Nuestro país fue fundado sobre tres palabras inmortales: “Dios, Patria y Libertad.”
Y en ese orden está el principio que nos guía:
Dios como fundamento moral,
la Patria como casa común,
y la Libertad como fruto de una nación que reconoce a su Creador.
En la República Dominicana conviven diversas creencias y religiones.
Existen comunidades católicas, evangélicas, judías, adventistas, incluso grupos espirituales o filosóficos distintos.
Y, pese a sus diferencias, ninguna de ellas persigue a los cristianos ni promueve violencia contra los que piensan diferente.
Aquí hemos aprendido a vivir con respeto mutuo, bajo un mismo sol, en armonía y tolerancia.
Esa convivencia pacífica demuestra que no rechazamos la diversidad, sino toda ideología que niegue la libertad y la vida.
Lo que hoy preocupa a Verón —y a muchos dominicanos— no es la existencia de un edificio religioso, sino la ideología que puede acompañarlo.
En distintas regiones del mundo, las corrientes más radicales del islamismo han demostrado ser incompatibles con la libertad, con la igualdad y con la dignidad humana.
Allí donde se impone esa visión extrema, la mujer es oprimida, silenciada y tratada como inferior.
Se le niega el derecho a educarse, a decidir, e incluso a vivir libremente.
En muchos casos, las que alzan su voz son castigadas con cárcel o con muerte.
¿Cómo podríamos, como nación libre y soberana, abrir nuestras puertas a una ideología que en su esencia niega los mismos derechos que nuestra Constitución protege?
¿Cómo podríamos guardar silencio ante una doctrina que, en nombre de la fe, promueve la violencia y castiga la disidencia?
El pueblo de Verón levanta su voz con respeto, pero con firmeza.
No contra personas, sino contra sistemas que amenazan la paz y los valores que nos definen como nación cristiana y democrática.
Y lo hace amparado en el derecho constitucional a la libre expresión, defendiendo la justicia, la dignidad y la seguridad de nuestras familias.
Hacemos un llamado a las autoridades locales y nacionales a escuchar el clamor del pueblo, a examinar con prudencia las implicaciones de este proyecto y a proteger la identidad espiritual y moral de la República Dominicana.
Porque callar ante la amenaza es renunciar a la herencia de nuestros padres fundadores.
Hoy Verón no marcha contra una religión.
Verón marcha por la verdad, por la familia, por la mujer, por la Patria, y sobre todo, por Dios.
Dios, Patria y Libertad.


