Por Wendy Osirus
La muerte de Estephora Joseph ha sacudido profundamente a la sociedad dominicana y haitiana. No se trata solo de la pérdida trágica de una niña meritoria, sino de un acontecimiento que ha expuesto con crudeza la fragilidad de nuestras instituciones, la complejidad de nuestras relaciones sociales y la urgencia de revisar nuestras narrativas históricas.
1. Las grietas detrás del prestigio
El Colegio Da Vinci, históricamente asociado al prestigio y la excelencia académica, quedó expuesto por un hecho que no debió ocurrir. Este caso nos recuerda que ninguna institución es infalible; detrás del glamour y la reputación siempre existen fragilidades humanas, estructurales y culturales.
Lo ocurrido con Estephora no solo evidencia fallas puntuales en protocolos de seguridad, sino una desconexión entre los valores institucionales proclamados y las prácticas reales del día a día.
2. Una madre que carga con lo irreparable
La pérdida de un hijo es irreparable. Ninguna explicación, excusa o acusación devolverá la vida de la menor. El temple y la prudencia con los que la madre de Estephora ha manejado su dolor merecen un reconocimiento sincero. Ella ha sido ejemplo de dignidad, moderación y respeto hacia un país que llora junto a ella.
3. Discriminación: una alerta que no debe ser enterrada
Aunque la reacción del pueblo dominicano fue de unidad, sensibilidad y demanda de justicia, tampoco se debe ignorar que la propia niña hablaba de discriminación por color de piel y nacionalidad.
Esto no significa que toda la sociedad dominicana sea racista, pero sí que existen bolsas de prejuicio, microviolencias, exclusión y discursos extremistas que deben ser atendidos, desactivados y transformados.
La tragedia se convierte así en una llamada de atención:
¿Qué valores se practican realmente en nuestras instituciones educativas?
¿Cómo formamos a los niños en dignidad, igualdad y empatía?
¿Estamos ofreciendo una educación que previene o que reproduce la discriminación?
4. La respuesta del Estado dominicano
Es justo reconocer la madurez institucional mostrada: El presidente y la primera dama, la Procuraduría, la Iglesia, las organizaciones sociales, actuaron con celeridad, humanidad y transparencia.
Esto envía un mensaje positivo: la vida de cada niño importa, sin importar origen, estatus o nacionalidad.
Sin embargo, esto no debe quedarse solo en reacciones ante emergencias. La justicia debe ser firme, pero también equilibrada. La detención de cuatro profesoras abre preguntas importantes:
-¿Son responsables por acción o por omisión?
-¿Se está actuando desde el debido proceso o desde la presión social?
-¿Qué podemos aprender como sociedad de sus errores para que no se repitan?
Es necesario evitar la lógica inquisidora y promover una justicia que eduque, transforme y prevenga.
5. Haití y República Dominicana: dos pueblos en una misma isla
La tragedia ha mostrado, paradójicamente, que cuando la dignidad humana está en juego, el pueblo dominicano responde con solidaridad, no con odio.
Esto abre una oportunidad para replantear la narrativa histórica entre ambos países: No desde la rivalidad ni el miedo, sino desde la cooperación, el respeto y la corresponsabilidad.
Tu invitación al gobierno dominicano es muy pertinente: Haití y su gente no desaparecerán. Comparten la isla y el futuro con República Dominicana.
La convivencia responsable, humana y estratégica no es una opción: es una necesidad histórica.
Y también es justo exigir al liderazgo haitiano un cambio profundo hacia adentro:
-instituciones más sólidas,
-na visión de desarrollo nacional,
-dignificación del pueblo haitiano.
6. Una historia que debe contarse sin odio
El dolor no debe ser semilla de resentimiento, sino de transformación.
La historia entre Haití y República Dominicana necesita ser reinterpretada desde:
-el diálogo,
-el reconocimiento mutuo,
-la cooperación,
-la educación intercultural,
-la verdad sin revancha.
La “marca país” dominicana debe fortalecerse desde valores universales:
justicia, inclusión, diversidad, excelencia educativa y respeto por la vida.
7. Aporte final: hacia un nuevo camino
La muerte de Stephora debe convertirse en un antes y un después para la sociedad dominicana y para la convivencia en la isla.
Este caso deja lecciones profundas:
-Las instituciones deben revisar sus protocolos.
-Las escuelas deben fortalecer la formación en valores y convivencia.
-Los gobiernos deben articular políticas binacionales más humanas.
-La sociedad debe erradicar las raíces de la discriminación.
-Los pueblos deben verse como aliados, no como enemigos.
Y sobre todo:
La vida de una niña haitiana vale tanto como la de cualquier niño dominicano.
Esa verdad debe ser el cimiento del futuro.


