Por Rafael Nino Féliz
Héctor Reyes era un joven carismático, hijo de padres que se radicaron en el barrio Sávica, de Barahona. Era estudiante de medicina de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
A pesar de haber llegado después de su adolescencia, Héctor se había convertido en una persona muy querida en el barrio; con su cuerpo atlético y su don de gente; además, su condición de estudiante universitario, de la carrera de medicina, y de la UASD, lo convirtieron en una figura muy popular en Barahona. En mi caso, que aún estudiaba en el nivel preuniversitario y dirigente juvenil, me convertí en uno de sus mejores amigos seguidores.

Terminado el semestre en la sede de la universidad estatal, Héctor, y como era normal, regresó de vacaciones o fin del año académico a nuestra provincia.
Nadie se imaginaba que el destino le tendría una mala jugada: se ahogó en una de nuestras bellas playas. Cincuenta años después, aún tengo viva la imagen de aquella sorpresiva y triste tragedia.
Unos años después, quien escribe estas líneas, y nunca me lo imaginé, también perdía ahogada a una de mis seis hermanas, con apenas dieciséis años. Nadie se imagina el dolor que se siente, parientes o no, cuando una persona pierde la vida, muriendo ahogada. Mi joven hermana lo hizo en un acto de amor y solidaridad humana: sus primitos Magnolia y Robelín eran arrastrados por las crecidas del río Yaque del Sur, y ella creyó con valentía que estaba en el deber de salvar a sus primitos.
Hace unos meses asistí a la funeraria a dar el último adiós al hijo de un destacado profesor de mi academia, quien perdió a uno de sus hijos al ahogarse. Se nos fue un joven modelo que el país podía tener en él, conjugadas las condiciones, a un buen profesional y a un gran ciudadano.
Ahora le tocó a la niña Stephora, así como suena, independientemente de su edad, color de su piel u origen étnico. Demás está decirles que era un modelo como estudiante y una persona con una claridad de pensamiento libertario y humanista.
Cabe pensar que son muchas las personas que han muerto ahogadas en nuestras provincias por el hecho de no saber nadar.
¿Y no sería el pago de una deuda con la ciudadanía y con el país el hecho de que la educación dominicana empiece la revolución de la disciplina deportiva, implementando la natación como disciplina obligatoria en las escuelas públicas y privadas, más el entretenimiento para salvar vidas ante el riesgo de morir ahogado?
Y esto debemos hacerlo desde el maternal. Nada prohíbe legalmente que eso se ponga en marcha a través de un programa formativo con carácter de Estado. Y el 4% del presupuesto para la educación debería alcanzar para eso. Nada ni nadie puede impedir que esto se haga a favor de los niños y futuros ciudadanos; más en un país colocado en la ruta de los huracanes.


