Por Suny Florentino
En la política dominicana hemos visto cómo algunos funcionarios en lugar de afinarse con el bien común desafinan al ritmo del interés personal o, peor aún, de la ineficiencia.
Para el próximo período, 2024-2028, el presidente Luis Abinader tiene la oportunidad de implementar un modelo de evaluación y seguimiento de indicadores institucional desde el Palacio Nacional. Esto no solo representa una mejora en la gestión pública, sino que podría ser la herramienta clave para evitar los «ruidos» y errores que tanto afectan la administración pública en la República Dominicana.
Un modelo de seguimiento medible, mejorable y punitivo, como el que aquí se sugiere, permitiría evaluar a cada funcionario con criterios claros y objetivos.
En palabras simples, se trata de mantener a cada quien tocando la misma partitura.
Esta evaluación debería ser continua y desde las más altas esferas del gobierno, garantizando que cada institución esté en sintonía con los planes institucionales, estratégicos y operativos que se plantean año tras año.
La clave está en que cada funcionario sepa que será monitoreado y que sus acciones tendrán consecuencias reales.
Este enfoque no solo debería basarse en sancionar al que no cumple, sino también en reconocer al que destaca.
La alta dirección debería premiar a aquellos que se esfuerzan y alcanzan sus metas, elevando así el estándar de lo que significa ser un buen servidor público. Así como en una orquesta se aplaude a quien ejecuta con precisión, en el gobierno, los buenos resultados deben ser visibles, valorados y reconocidos. El incentivo no solo refuerza el compromiso, sino que motiva a otros a esforzarse y evitar conductas que, al final, generen problemas.
Sin embargo, cuando un funcionario «desafina» y actúa en contra de los objetivos del gobierno, debe ser amonestado, suspendido o incluso removido de su puesto. Es aquí donde la punitividad cobra su verdadero sentido, no para castigar sin más, sino para marcar una línea de seriedad en la gestión pública.
En una administración que aspira a mejorar, no hay lugar para la incompetencia o la negligencia. La oportunidad de servir al país es un privilegio que requiere responsabilidad, y el que no lo entienda debería apartarse del camino.
Otro aspecto relevante es que aunque existen instituciones que llevan a cabo un seguimiento institucional, su impacto es limitado por las debilidades del sistema. Por esta razón, resulta clave que este monitoreo venga directamente desde el Palacio Nacional.
La centralización de la evaluación en las más altas instancias asegura que el peso de la responsabilidad recaiga donde debe estar y que el modelo no se diluya entre instituciones con capacidades limitadas o influencia reducida.
Los planes estratégicos y operativos de cada institución deben estar alineados y en sintonía con el programa de gobierno. Esto asegura que todas las metas sean alcanzables y medibles y que no se conviertan en simples documentos archivados.
La ejecución de estos planes requiere tanto de un monitoreo adecuado como de ajustes cuando sea necesario, y un modelo de evaluación centralizado permite precisamente eso, corregir el rumbo antes de que los problemas se hagan insalvables.
Este modelo también puede tener un impacto significativo en la percepción pública.
Los dominicanos están cansados de los «ruidos» de algunos funcionarios que se salen del guion y de los escándalos que empañan la administración pública.
Un sistema de evaluación y control, implementado desde las más altas esferas, enviaría un mensaje claro a la ciudadanía: el gobierno no tolerará más conductas que vayan en contra del bien común, y trabaja por una gestión más responsable y eficiente.
La propuesta de implementar un modelo de evaluación y seguimiento institucional es una apuesta por la transparencia y la efectividad.
Con esta estrategia, Abinader no solo puede consolidar un gobierno que responda a los intereses de la sociedad, sino que podría establecer una nueva norma de gestión pública en el país.
Si cada funcionario toca en la misma clave, la sinfonía será de éxito, y el público —el pueblo dominicano— estará más que satisfecho con la armonía que finalmente se logra en esta gran orquesta llamada gobierno.
«Lo que no se mide no se controla y lo que no se controla no se mejora».