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    Entre Higüey y Verón–Punta Cana: Una oportunidad disfrazada de conflicto

    Por Adonis Arache

    Los que vivimos en La Altagracia sabemos que esta provincia no es la misma de hace 10 ó 15 años.

    Hemos visto hoteles levantarse donde antes solo había monte.

    Hemos visto cómo el turismo nos ha traído empleos, progreso y oportunidades.

    Pero también hemos sentido cómo ese mismo crecimiento ha traído consigo desorden, abandono y desigualdad.

    Hoy, el conflicto por los arbitrios entre Higüey y Verón–Punta Cana va más allá de un tema de quién cobra qué.

    Es un reflejo de algo más profundo: una provincia que ha crecido sin detenerse, pero que no ha tenido tiempo de sentarse a repensar cómo crecer de forma justa para todos.

    Más que dinero: dignidad y autonomía

    Verón quiere administrar sus arbitrios. Y hay que decirlo con claridad: tiene razones para hacerlo.

    Allí se genera una gran parte de la riqueza turística del país, pero muchas veces sus calles siguen polvorientas, sus servicios limitados y sus comunidades olvidadas.

    Es natural que sus líderes digan: “Queremos decidir sobre lo que generamos”.

    Pero Higüey no puede ser echado a un lado. Higüey no solo ha sido cabecera política, ha sido el corazón institucional de esta provincia. Ha cargado con responsabilidades, ha dado estructura, ha sostenido servicios. No se le puede quitar de golpe lo que durante años ha ayudado a sostener.

    Este no es un pleito de uno contra otro. Este es un llamado a la equidad. A la madurez.

    Lo que realmente está en juego

    Mucha gente cree que este tema es solo un lío político o de papeles.

    Pero detrás de cada peso de arbitrios hay historias humanas.

    Si Higüey pierde ingresos sin una transición bien pensada, habrá comunidades que se queden sin basura recogida, sin lámparas en la calle, sin respuesta cuando haya una emergencia.

    Si Verón no puede planificar su crecimiento, seguirá creciendo sin alma, sin orden, sin una visión a futuro.

    Y al final, los que pagamos los platos rotos somos siempre los mismos: la gente común, la que trabaja doble turno en un hotel, la que se levanta a las 5 para tomar una guagua, la que lucha por construir su casa bloque a bloque.

    ¿Y ahora qué?

    Este no es tiempo de competir. Es tiempo de construir.

    ¿De qué sirve que uno gane y otro pierda, si todos estamos montados en la misma barca?

    Lo que propongo es sencillo, aunque no fácil: sentarse a hablar con respeto y sin agendas ocultas.

    Crear un acuerdo de colaboración real entre Higüey y Verón. No uno de papel, sino uno donde ambas partes trabajen juntas, compartan responsabilidades, distribuyan recursos, piensen en el futuro sin egoísmos.

    Verón necesita autonomía, sí. Pero Higüey merece ser parte de esa evolución, no una víctima de ella.

    Una oportunidad disfrazada de conflicto

    Tal vez esta discusión sea la oportunidad que necesitábamos para poner las cosas en orden. Para dejar de crecer a lo loco y empezar a crecer con propósito.

    Una oportunidad para que las decisiones no se tomen desde escritorios fríos, sino desde la mirada de la gente que vive aquí, que respira este aire, que ama esta tierra.

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