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    La primera ciudad electrificada se «alumbra» con los rayos capturados del sol y los generadores privados

    Por Ar Guens Jean Mary

    Puerto Príncipe, Ayibopost.- Jacmel, la primera ciudad donde se introdujo un generador en 1895 por iniciativa del diputado Alcius Charmant, lleva demasiado tiempo sumida en una insidiosa oscuridad.

    Desde hace más de tres años, la promesa de una iluminación urbana digna de ese nombre parece tan lejana como las estrellas, que brillan con un brillo más puro que la luz parpadeante de las luces de neón apagadas.

    La EDH (Empresa de Electricidad de Haití), responsable de la electricidad, elude sus responsabilidades con culpable indiferencia, dejando a la población presa de una escasez que ha generado una economía paralela, próspera y viciosa.

    La vida cotidiana de los jacmelianos se ha convertido en una danza de sombras y luces artificiales, una lucha constante contra la oscuridad que envuelve cada esquina. Las luces de paneles solares, generadores e inversores, que alguna vez fueron lujos reservados para los pequeño burgueses, se han convertido en necesidades vitales.

    Los rayos capturados del sol y el ronroneo de los generadores han reemplazado la promesa de electricidad confiable, convirtiéndose en las nuevas estrellas del firmamento local.

    Este próspero comercio de paneles y generadores solares, que en la superficie podría parecer una respuesta proactiva a las fallas de EDH, es en realidad una parodia de eficiencia. Un engaño político.

    La situación se está transformando en una especie de nebulosa en la que las necesidades de los ciudadanos no se satisfacen con servicios públicos, sino con soluciones provisionales que, si bien son útiles, subrayan una tragedia mayor.

    Este mercado casi insalubre, donde la gente lucha por adquirir lo que debería ser un derecho fundamental, revela una estrategia de inacción por parte de los responsables.

    Los paneles y generadores solares no son sólo soluciones prácticas; también son el síntoma de un flagrante fracaso institucional. La ciudad, en medio de su privación energética, está construyendo un negocio paralelo que prospera a expensas de su propia desesperación.

    Esta situación es la quintaesencia de lo que Paul Éluard podría llamar la infortunada mujer que se quedó en la acera, esta imagen del ciudadano desesperado en busca de su “limosna luminiscente”, una luz prometida pero nunca entregada.

    El contraste es desgarrador. La EDH, en su inercia, permite que los ciudadanos se hundan en la oscuridad, al tiempo que permite que florezca el mercado negro de la energía. Los funcionarios de electricidad son como sombras en una pared, fantasmas de una administración que debería haber respondido a las necesidades básicas de los residentes.

    La indiferencia de las autoridades ante la situación no es sólo un error de gestión; es una violación de los derechos fundamentales, un abandono flagrante de las responsabilidades públicas.

    Los paneles y generadores solares no son sólo soluciones prácticas; también son el síntoma de un flagrante fracaso institucional

    ¿Quién, en esta ciudad que todavía sueña con la luz, está dispuesto a ofrecer esta limosna luminosa, esta chispa de verdad y de integridad? La respuesta no está en la frágil mano de la colegiala que, bajo la luz parpadeante de su lámpara, intenta desentrañar los misterios del estudio.

    Tampoco reside en el incesante tumulto de los generadores rugientes. Reside en una profunda reevaluación de las prioridades y en una acción decidida para corregir esta grotesca situación en pleno siglo XXI.

    Las promesas incumplidas del EDH deben enfrentarse a la fuerza de la indignación popular y la presión colectiva.

    Es hora de exigir no sólo una luz al final del túnel, sino también una justicia que ilumine los caminos oscuros del abandono institucional. Los ciudadanos de Jacmel merecen más que un brillo artificial; merecen electricidad estable y confiable y, sobre todo, la dignidad que conlleva.

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